Galíndez, en el boxeo como en la vida: a las trompadas.


Junio de 1975. Martes, tarde atípica de fútbol de ascenso. El escenario fue el Estadio Municipal de Luján. Allí debían recuperar la fecha del sábado anterior, suspendida a raíz de la lluvia, Luján y Justo José de Urquiza. Empezando por el final, el resultado fue 2 a 2, pero las alternativas del score fueron cambiantes emocionalmente. Cuando se jugaban dos minutos de descuento del primer tiempo, el equipo de la Basílica (atajaba José Felipe Perassi) se puso en ventaja, yéndose al descanso 1 a O arriba. En el reinicio, a los 5 minutos empató Urquiza ya partir de allí, es cuando la presión se hizo sentir dentro y fuera del rectángulo. Promediando la etapa, aparece en escena un personaje de aspecto morrudo, musculoso, vestido con una camisa negra desabotonada hasta la mitad, luciendo numerosos anillos, pulseras y cadenas y unos anteojos oscuros que no estaban de acuerdo con la tarde gris y fría. Era Víctor Emilio Galíndez, el campeón mundial de boxeo, que había venido a alentar al equipo de la zona, donde había residido en su juventud, incluso era oriundo de la vecina localidad de Vedia. En un momento dado, al producirse un cambio en Urquiza, salió Trapani, Galíndez lo siguió con intenciones de agredirlo; el jugador corrió presuroso a refugiarse en el vestuario hasta donde fue perseguido, allí se desarrollaron escenas de violencia y manotazos al aire, empujones, ropa de civil de los jugadores desparramadas por doquier, con dirigentes locales y visitantes que trataban de frenar la ira del boxeador, algo que lograron parcialmente.
Fuera, en el campo de juego, seguían las ardorosas acciones y a los 88 minutos, un baldazo de agua fría: gol de Urquiza. El público local se prendió del alambrado y pedía penal cada vez que sus alentados pisaban el área visitante, el árbitro Efrén Lancioni dio tres minutos de alargue, y cuando las agujas del reloj marcaban inexorablemente los 48, Miguel Angel “Perro” Diaz quiso habilitar a su arquero desde casi mitad de cancha, la pelota dio un pique extraño y se colé por sobre la cabeza del desesperado guardameta. 2 a 2. Y bronca en la visita por el punto escapado en tiempo de descuento. Bronca en el local por la mala exposición de fútbol. Bronca de allegados lujanenses que se desató en la puerta del camerino del árbitro con golpes, exabruptos e intentos de llegar a la agresión física, Galíndez incluido, y que la policía finalmente pudo controlar con bastante esfuerzo. Luego de larga e interminable espera, ya que para confirmar algunos fallos me había introducido en el recinto del árbitro, se despejó la zona. Emprendí el regreso en micro junto a la delegación de Urquiza, merced a la gestión del colega Juan Carlos Cirilo de la revista Vivencia.
La noche, con sus sombras ya desdibujaba los contornos del escenario y los grillos con su música se adueñaron del lugar.


Por Daniel Console
(Capítulo extraído del libro MEMORIAS DE FÚTBOL)

1 comentario:

Anónimo dijo...

El segundo jugador parado de izquierda a derecha es Héctor Atilio Paletta, n° 4 ex Boca e la década del '70 y que luego recalara en JJU y también en las ligas del interior. Padre de Leandro Paletta, actual jugador de Boca y de Héctor Paletta (h), 30 años, que debutara el sábado pasado como árbitro de Primera "D".
Daniel Console