Gracias al gol


Alcanzó una fama impensada cuando marcó el gol más rápido en la Argentina, a los 4 segundos. Sin embargo, ese récord no le sirvió para superar las dificultades del Ascenso.

"Adelantámela que le pego." Esa fue la frase que antecedió al momento más importante en la vida de Luis Torres, el centrodelantero que, jugando para Acassuso, inscribió su nombre en las páginas del deporte como el autor del gol más rápido en la historia del fútbol argentino (a los 4 segundos), el 19 de octubre de 1996.

Pero los días de gloria transcurrieron vertiginosamente y, poco tiempo después de aquella hazaña, Acasusso lo dejó libre y Torres pasó al olvido con la misma celeridad con la que alcanzó la fama. Así, durante más de dos años, recordar fue su única manera de detener el tiempo. Transitó por diversos oficios sin resignarse a volver a entrar a una cancha.

Hoy, a los 28 años, la chance le llegó. Todavía estaba a tiempo, afirma con esa esperanza que nunca se pierde.Luis está convencido de que el fútbol suele codearse con el azar."Me faltó la fortuna que tuvieron otros" se lamenta. Es que ninguno de sus goles le significó un alivio en lo económico. Por eso no tuvo otra alternativa que trabajar. Así, mientras otros compañeros se dedicaron íntegramente a la pelota, él trabajó de mozo en una parrilla, en la Municipalidad de San Isidro, de cartero en San Martín, como operario en una fábrica metalúrgica e incluso lavó sábanas en el hospital de Vicente López. Su amor por su familia y por la pelota lo obligó a hacer grandes esfuerzos:"Mantener a los míos no es fácil. La división D es una categoría con muchos problemas económicos. Por eso, para poder vivir dignamente, en la mayoría de los clubes donde jugué tuve que trabajar de otra cosa al mismo tiempo." Hoy, según se comenta, sus huellas digitales están impregnadas en los afiches de las paredes de su barrio, en Boulogne. Es la más reciente de sus changas.

Los días pasaron, pero él siempre amaneció recordando aquel 19 de octubre de 1996. Los ofrecimientos que recibió luego de convertir su gol se esfumaron como por arte de magia."Promesas me llegaron muchas. Me hablaron de Chacarita, de Estudiantes y de Huracán... pero ninguna se materializaba. Se me acercaban empresarios desconocidos todos los días. Hablaban mucho, pero hacían poco."

Y si trabajar y entrenar ya era una dolorosa constante, el pesar se multiplicó ante la falta de emociones, la falta de partidos. Hacer las dos cosas ya era un sacrificio, pero peor aún era -como no tenía contrato- no jugar los fines de semana. Los viernes era el peor día porque el técnico daba la lista con los 16 y yo me tenía que ir a duchar y a trabajar, explica Torres resignado. Hasta que apareció Abel Martínez, su primer representante, y le consiguió un equipo en el interior. Así, al menos pudo mantener vivas las esperanzas de una nueva chance. Estaba a punto de dejar el fútbol definitivamente porque el momento económico que atravesaba era muy difícil. Por suerte apareció Sport de Salto, donde me trataron de maravillas. El club le dio una casa donde vivir y -por única vez- no tuvo que trabajar en forma paralela. Pero la alegría volvió a ser fugaz y volvió a Buenos Aires esperando que algún club lo contratara.

Nunca se dio por vencido. Su ansiada retribución le llegó de la mano de Central Ballester, aunque también recibió una propuesta seria de un club de la Segunda División de Chile, pero que recién se concretaría en junio.La trayectoria de Torres -amplia y variada- indica que después de comenzar en Tigre pasó por Benjamín Matienzo (La Pampa), Defensores de Belgrano, Sport de Salto, Central Ballester, Acassuso... y River. Sí, River. Transcurría el 88 y Luis solía ponerse los botines junto con Juan José Borrelli, Guillermo Rivarola y Leonardo Astrada."Jugué algunos partidos en reserva, pero estando ahí me di cuenta de que era un mundo muy distinto. Vi muchas cosas raras" comenta. Y agrega:"Muchos representantes ponían plata sobre la mesa para que sus pibes jugaran. Así, mientras a la cancha salían algunos jugadores que ni se podían atar los cordones, yo miraba desde el banco. Después, cuando asumió Passarella, hubo una limpieza general y me tuve que ir." Pero él no guarda rencores. Asume que el error más grande de su vida fue no haber tenido representante, pero está decidido a mirar hacia adelante.

Por eso, intentando esconder una sonrisa indisimulable, el goleador récord agarra su bolsito -el mismo que lo acompañó por innumerables aventuras- y se va a la parada del 127. Los recortes que lo muestran en su momento más glorioso quedaron celosamente guardados bajo llave. Sin embargo, hay otro tesoro del que Torres no se aleja nunca: "Podrán existir muchas superestrellas, pero mi marca será difícil de superar. Y cuidado, que todavía lo puedo mejorar porque con las nuevas reglas le puedo pegar directamente desde el saque del medio, sin esperar un pase."

Sale de su casa con la mirada baja, pero con las ilusiones aún intactas. El entrenamiento de Central Ballester lo espera. El reencuentro con la pelota está muy próximo.


Nota publicada en Clarín el 18/02/99 por MARTIN MAZUR y LUCAS FAILLAC


Gracias Gastón por el aporte!

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